EL OBSERVADOR

El hombre observó extasiado el paisaje. Pensó en los eones que pasaron tras aquellas colinas. En el verdor imperecedero de los bosques. En las mil y una vida que se agazapan tras las copas de los árboles.
El hombre pensó en lo efímero de su existencia, en que todo seguiría ahí aún si él no existiera. Los árboles crecerían, los astros seguirían rotando, las mareas seguirían lamiendo las costas, las flores seguirían naciendo cada primavera.
Pero entonces se preguntó:

¿Quién lo contemplaría? ¿Quién se regocijaría de la obra?

¿La hormiga que construye por impulso?

¿El ruiseñor que canta por instinto?

¿El zorro que caza por hambre?


Y el hombre entendió su valor. Que él tenia el poder de apreciar lo que veía. Ese era su tesoro. Él era el observador consciente.

Y llegó más allá. Ya no sólo vio el paisaje. Se vio a si mismo.

Pero entonces se preguntó:

¿Quién lo contemplaría a él?, ¿Quién se regocijaría del regocijado?

Observó al observador. Y súbitamente, una Verdad se hizo luz en su mente.

Aquel hombre, ahora supo la respuesta que subyace a todas las preguntas.

Y sonrió.

Mejor dicho, rió a carcajada suelta.

Deja un comentario