Conversación con Dios

Me acuesto tranquilo en la terraza. El cielo está estrellado, la luna se mueve tan despacio que parece inerte.

Todo es tan tranquilo. También mi alma…

Una brisa suave, el sonido de algún grillo. Por dentro silencio. No hay pensamientos.

En esa paz inmensa, tú me hablas y tu voz no tiene palabras. Sin embargo, nada suena más claro.

Comienza en el centro del pecho. Se expande, toma todo mi cuerpo. Sonrío extasiado.

Encima mío (¿o debajo?) se oye el murmullo del viento. Y por dentro nuevamente el silencio.

Y comienza a pulsar otra vez. Emerge desde lo profundo. Te escucho hablarme. Tu voz se teje de Amor. Me envuelves, me acaricias, me arropas.

Otra vez lágrimas. No hay tristeza en ellas. Sólo recogimiento ante la grandeza.

Otro pulso de vida. Ahora más intenso. Tiemblo, tengo sacudidas. ¿Cómo es posible esto?

Una bandada de pájaros cruza el cielo nocturno. Los sigo con la mirada, enamorado.

Algún que otro pensamiento. La mente confundida busca respuestas. Es algo tan inmenso que no puede entenderlo y ruge desesperada.

Pobre ingenua, cómo si entendiera algo de esto.

-Te amo, hijo mío. ¿Lo sabes? – Escucho que habla una voz que viene desde adentro. De mí, pero sin ser yo. Siento su alegría tras larga espera. Como si estuviera ahí queriendo decirlo desde hace tiempo.

Miro al cielo emocionado. Mis mejillas son dos cascadas donde caen las lágrimas.

En mi pecho, un fuego ardiente que no quema, una energía inmensa que se expande y a la vez, aprieta.

Dentro de ella, todo cabe. Me exalta y me serena. Me acuna y me lanza lejos. Me suelta y me contiene.

Otro grito de la mente. Ya esta loca de respuestas. Pero esto le supera.

Respiro hondo. Me incorporo. Sentado sobre mis piernas, inclino la frente. Sólo puedo hacer eso. El Amor que siento me sobrecoge.

El camión de la basura interrumpe el silencio.

Finalmente cedo a los embates de la mente. Otra vez aquel traqueteo.

Desde dentro mío siento tu sonrisa. Una mirada tranquila. Sabes que volveremos a encontrarnos. Que no puedo alejarme eternamente.

Me levanto, me acerco al borde de la terraza. La ciudad sigue como si nada.

Una última lágrima.

“Hay que lavar los platos, deja lista la ropa para mañana, vete a acostar que es tarde y mañana estarás cansado”

Me río de mí mismo. Divertido, le hago un guiño a mi mente:

 –“Bueno, está bien fiera, vamos”.  

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